Interés General

DEL DUELO BINARIO AL DUELO POR ALGORITMOS

El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la
muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte, acaba por
negar a la vida. – “Todos Santos, Día de Muertos”, Octavio Paz

Psic. Lida Beltrán – Colombia

Cuando comenzó el uso masivo de Internet, terminando los ochenta y comenzando los
noventa, nadie nos educó (y tampoco se han difundido acertadamente a los largo de
estos años campañas sobre el buen uso de la información por internet) para lo que
estaba por venir; así sin más se abrieron masivamente cuentas de correo, se enviaban
postales musicales, se hacían amistades por chat, empresas ganaban miles de dólares
sin que prestaran un servicio tangible, transacciones iban y venían a una velocidad
impresionante, sin darnos cuenta que nuestra realidad real se estaba convirtiendo cada
vez más, en una realidad virtual.
Hoy, treinta años después del boom de la internet, se ha comenzado a hablar de
trashumanismo, de ciborgs, de chips que nos permiten ser parte de la virtualidad en
tiempo real, nanoboots, aldeas digitales, ecosistemas virtuales, avatares nacen de la
nada ahora como caricaturas con datos de la fisionomía de los usuarios, tan a prisa
todo y sin la más mínima educación sobre cómo funciona realmente este mundo
digital, haciendo que cada vez más surjan más preguntas que respuestas.
Para la generación que ha debido mudarse a internet, es decir los mayores de treinta
que no son nativos digitales, esto ha sido un tsunami, hace poco una red social ponía a
disposición una divertida forma de recrear el rostro con la creación de un personaje
animado, con un permiso de uso de datos del rostro se creaba ese personaje, otra
aplicación mediante el uso de datos de reconocimiento facial realizaba, con una
precisión impresionante, un cambio de género y así en menos de 24 horas más de un
millón de usuarios en todo el mundo le habían dado permiso de uso de sus datos de
reconocimiento a la aplicación solo por tener la divertida transformación, “Acepto” un
click que se da sin permitirse leer las condiciones de la aplicación, porque ¿eso para
qué?, se piensa, tan largo y tan menudo texto llevaría quizás más de dos horas de
lectura, entre aceptos y negativas a leer qué es lo que acepto, hemos convertido
nuestros datos y nuestras emociones en el producto, somos el producto y no nos
dimos cuenta.

Esta realidad, sumada al encierro y temores suscitados con ocasión de la Pandemia de
Covid 19 ahora en el año 2020, han hecho que la virtualidad sea cada vez más un
mundo real donde realizar las actividades más íntimas hasta las más cotidianas, desde
una reunión para celebrar un cumpleaños vía sala virtual con toda la familia en pleno,
desde bebes hasta abuelos de noventa años han incursionado a este boom, hasta un
encuentro amoroso; ¡todo! absolutamente todo ha sido llevado a la nube, todo lo que
se sube a la red es capturado por el algoritmo que es un conjunto de reglas
matemáticas finitas y procesado como dato, estos datos una vez relacionados pueden
dar como resultado un perfil de cada individuo según sus gustos, tiempos de
conectividad, palabras buscadas, un infinito mundo de posibilidades; las emociones así
son base para el usufructo de mega corporaciones que hacen del dato el producto, es
decir que las emociones y datos entregados libremente por el individuo se convierten
en un insumo mercadeable, canjeado para el consumo masivo y campañas mediáticas
diseñadas a la medida y con un impacto total, ya que llega directamente al consumidor
que ha sido perfilado por sí mismo.
De esta forma surge un debate al que debemos enfrentarnos como funerarios ¿Pueden
las emociones ser exteriorizadas a través de las pantallas, la nube, el hipertexto?,
¿Puede el duelo medirse en bites y expresarse en códigos binarios?, ¿Pueden ofrecerse
formas de vivir el duelo que vayan más allá del contacto humano?, ¿Se ha pasado del
duelo real al duelo por algoritmos y – sí es así – ¿se puede hacer algo para transformar
esa realidad?
La forma en que la posmodernidad nos ha llevado a convertir las maneras de
relacionarnos también ha mutado y con ellas la forma en que vemos la vida, pero
también han cambiado las maneras en que reflexionamos ante la muerte de un ser
querido, de una celebridad a la que admiramos, o por la de alguien cuya partida
genera cambios trascendentales en la cotidianidad. En este caso, al estar híper
conectados la forma en que el tiempo – espacio transcurre es fugaz, a un click
podemos estar al otro lado del mundo y en un segundo regresar, en ese mismo
segundo podemos haber estado tristes y al otro estar alegres.
Es así como las emociones también son fugaces, pero no por ello dejan de ser
intensas, quizás cada vez más intensas, aunque momentáneas, esas emociones son
reales, los sentimientos son reales, están presentes y no deben negarse, al ser
tangibles deben ser tratadas desde lo tangible, es decir, no pensar que son efímeras y

que sus consecuencias no se harán latentes, lo importante es exteriorizar esos
sentimientos y hablar de ellos.
Las emociones son reales y deben ser tratadas fuera del algoritmo
Con esto no me refiero a que esté mal tener jornadas terapéuticas con un profesional,
o una conversación con un amigo en línea por alguna red social o por teléfono, estos
tiempos pueden traer paz, seguramente hacer el ejercicio catártico de publicar una
foto del ser amado es una forma de expresar el duelo y hacer que otros vean que mi
ser amado sigue presente a pesar de su partida, escribir un mensaje como si fuera a
ser leído, como una oración lanzada al viento que llegará a los oídos de quien ya no
está es igualmente otra de las expresiones de duelo que son lanzadas al mundo virtual
y atrapadas por el algoritmo, todas estas expresiones de duelo dentro del mundo
virtual tienen un efecto positivo, sin embargo también es importante enchufarnos en
una conversación con quien está presente y expresar sentimientos, aunque duela y
exija seguir una conversación y llorar, realmente llorar, no a través de emoticones,
caritas o avatares, llorar por las cuencas de los ojos y entender que las lágrimas
también son necesarias.
El duelo virtual, ese que ha llevado a las redes a pensar en la vida virtual de los
muertos, es decir: qué pasa con las cuentas abiertas de personas que ya fallecieron,
sus fotos, videos, comentarios, su huella de vida dejada entre códigos binarios de
imágenes o frases, son otra forma de acercarse al que ya no está y se convierten en
altares donde cada año, en la fecha de su partida, o en la de cumpleaños, se dejan
mensajes de despedida, de recuerdo, de frustración o de amor y eso también es bueno
en la medida en que no se convierte en una obsesión por mantenerle vivo, inmaculado
y presente, recurriendo a la foto para que no se desdibuje su imagen, aún la perdida
de la imagen o la voz hacen parte del duelo y es una forma de soltar, eso no quiere
decir que desaparecerá, simplemente dejarle ir es una forma de permitirme seguir y
esa una poderosa acción de libertad, tanto para quien ya no está como para quien
sigue.
Sin embargo, el algoritmo también nos conecta permitiendo que la vida análoga se una
en un abrazo a la distancia, con un ser humano que no puede estar presente, esa
emoción es real, el encuentro se hace vivo a medida que se escucha su voz.
Hoy nos queda una tarea y es educarnos para vivir una vida alterna entre lo virtual y
lo análogo – lo presencial – pero también nos queda aprender sobre cómo vivir el

duelo a través de esos datos que se hacen presentes cuando el algoritmo en las redes
nos arroja una foto de hace algunos años, como un recuerdo, donde aparece mi ser
querido sonriente, tan vivo como se puede en una imagen formada por mega pixeles y
renacen los recuerdos, entonces hay que aprender a manejar esa emoción que hace
que revivan todos los sentimientos de alegría, frustración, amor puro o desconsuelo,
entre otros, debemos comprender que el duelo en este tiempo es diferente. Hace poco
el ilustrador Tute, hacia una caricatura con el siguiente texto: “Los algoritmos me
conocen mejor que yo” y es que cada emoción entregada a la Web 2.0 queda allí para
ser analizada por el big data y me da como sugerencias según mis gustos y me
recuerda donde estuve hace cinco años y me une a personas que quizás conozca,
infinitas posibilidades para mantenernos conectados.
No quiere decir que esté mal, pero debemos invitar al doliente a hacer de sus
emociones algo también privado, tan íntimo como un abrazo, el mismo que desde
siempre ha tenido un poder sanador, más potente que el clicar o dejar un emoticón,
buscar el contacto real con el otro, una conversación o un tiempo de oración sin que se
deba dejar huella para que otros vean el dolor. Alejar el duelo del ruido de las redes
puede ser una salida sana, menos agobiante.
Para la antropóloga Sonia Montesino, durante la coyuntura por la pandemia el rito ha
sido dejado de lado, pero el rito es importante por cuanto es el espacio ideal para el
duelo, no contar con el ritual funerario es una forma de hacer aún más difícil hablar de
la muerte, invisibilizando que es un hecho real y deja esa sensación de irrealidad.
Una de las reflexiones de Montesino es la siguiente, abro comillas: “En nuestra
sociedad urbana la ausencia de misas u otros rituales mortuorios, acompañamiento en
las fases de velorio, funeral y duelo generan también efectos psicosociales complejos:
la muerte es aún más dura y toma mucho más tiempo disipar las tristezas que trae
consigo. Eso ocurre a nivel de los sujetos y familias que viven sus duelos sin el soporte
cultural y simbólico acostumbrado; pero también hay un vacío colectivo, pues los
rituales de muerte republicanos tampoco están presentes, no hay banderas a media
asta, duelos nacionales u otro tipo de acompañamiento nacional y comunitario a esos
muertos convertidos en cifras por los discursos tecno-políticos.
Por ello, se hace aún más difícil hablar de la muerte, porque sin ritos, sin el despliegue
del lenguaje cultural de los funerales, quedamos despojados de una narrativa que la
sitúe y la mitigue”. Es importante por esta razón, hacer del ritual funerario una

necesidad, no por temas económicos sino del ser, sin el ritual se desvirtúa el
sentimiento, si bien el algoritmo, la misa y el encuentro virtual son espacios propicios
en tiempos como este, es necesario que como unidades de duelo brindemos espacios
de escucha reales y ofrezcamos herramientas para el ritual en familia.

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América Exequial Lat

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