El Mundo

Trabajadores funerarios, héroes olvidados de la pandemia

El 25 de febrero de 2020 se confirmó en el laboratorio el primer caso de infección por coronavirus en Suiza: un hombre de 70 años, residente en el cantón del Tesino, que se había contagiado diez días antes en Milán. Las infecciones se propagaron rápidamente y al poco tiempo empezó también la cuenta de los decesos. La primera muerte por COVID-19 en la Confederación se registró el 5 de marzo en el cantón de Vaud: una mujer de 74 años.

Era solamente el comienzo en Suiza de una pandemia que aún conmociona al mundo. Un año después, las estadísticas -que pueden ser consultadas en este enlace– dan cuenta de una situación “todavía frágil”, a decir de las autoridades.

Ningún reconocimiento

Además de los millares de dramas humanos, detrás de esas cifras se encuentra también el inconmensurable compromiso de los trabajadores del sector salud de la salud y de aquellos de los servicios funerarios. No obstante, ningún tributo público de gratitud se otorgó a estos últimos, a pesar de que, desde el principio, también han estado constantemente en primera fila: expuestos al peligro de contagio, llamados a intervenir en cualquier momento del día o de la noche, los siete días de la semana, a un ritmo intenso, con métodos y protocolos de trabajo distorsionados, en un clima general de incertidumbre desestabilizadora. Sometidos a un agotador estrés físico y psicológico, dejaron a un lado su ansiedad y su cansancio para hacerse cargo de los cuerpos de las víctimas fatales y de las almas de sus deudos.

Actitud arraigada

El hecho de que, a pesar de su contribución fundamental, fueran completamente ignorados en las expresiones de reconocimiento para los llamados “héroes de la vida cotidiana durante la pandemia”Enlace externo, no asombra ni indigna a los directamente involucrados.

“Es una cuestión de costumbre. No se suele agradecer a la funeraria”, nos comenta Philipp Messer, presidente de la Asociación Suiza de Servicios Funerarios (ASSFEnlace externo). Baste mirar los anuncios de agradecimiento de los familiares de los fallecidos en tiempos normales: durante décadas han seguido más o menos el mismo patrón, en el que nunca aparecen los funerarios, explica el empresario de Biel, cantón de Berna. “Así que no me sorprende que incluso en la pandemia no nos agradezcan”.

Por otra parte, añade, los periodistas han contactado regularmente a las funerarias para informarse sobre la situación: “Esta ha sido una forma de reconocimiento a nuestro trabajo”.

Tabú y supersticiones

Nic UlmiEnlace externo, autor del libro Au service du deuilEnlace externo (Al servicio del duelo), tampoco le extraña esa actitud. El investigador ha explorado en profundidad el universo de los operadores de las funerarias públicas de Ginebra actualmente y ha estudiado el desarrollo de la actividad a lo largo de siglo y medio de historia.

“Personas que trabajan en los servicios funerarios en Ginebra me ha comentado que aquellos que los rodean suelen reaccionar como si sintieran que la muerte en sí es contagiosa, no la enfermedad que la causó”, evoca el investigador. En consecuencia, la gente tiene una especie de temor de contaminarse al estar cerca de alguien que está en contacto con la muerte.

Una especie de muro invisible separa así a los trabajadores de funerarias del resto de la sociedad, que ve en ellos la encarnación de la muerte. “Hay una vena de superstición de la que uno nunca se deshace, aunque se sea un racionalista puro y duro. Creo que ese rechazo sigue profundamente arraigado”, subraya el historiador. Además, “la caricatura arcaica del sepulturero un tanto chacal que se aprovecha de las desgracias ajenas nunca ha desaparecido, sobre todo con relación a las funerarias privadas”.

Si bien especifica que no hizo observaciones sobre el terreno durante la pandemia y, por lo tanto, no puede hablar sobre la base de hechos empíricos, Nic Ulmi tiene la impresión de que con la crisis del coronavirus este tabú incluso se ha acentuado. Por otro lado, “el elevado número de fallecidos y el distanciamiento social han contribuido a que los operadores de funerarias sean aún más invisibles de lo habitual”.

Agotados por el dolor de los deudos

Mientras tanto, en las sombras y en silencio, los sepultureros sufrieron severamente durante la pandemia. No solo por la agotadora carga de trabajo, sino sobre todo por la confrontación con el pesar de los familiares de los fallecidos quienes, debido a las previsiones de salud, se vieron obligados a dar el último adiós a sus seres queridos a toda prisa, privados de los rituales que forman parte del duelo. La incapacidad de brindar a las familias la ayuda y el consuelo habituales ha atormentado a los trabajadores de las funerarias.

Y es que, a diferencia de lo que se piensa, los funerarios no solamente atienden a los muertos, sino que también ofrecen un apoyo concreto y moral a sus familias, el cual es central en la elaboración del duelo, enfatiza Nic Ulmi. Y los aspectos más difíciles de su trabajo no son los relacionados con la preparación de los cuerpos, entierro o cremación. “Se acostumbran muy rápido a tocar y manipular cadáveres. A lo que nunca se acostumbran es al enfrentamiento con el dolor. Esto nunca deja de ser difícil. Todos en las funerarias me lo han dicho”.

Es un aspecto paradójico, señala el investigador: “La confrontación con el duelo es para los funerarios lo más doloroso y al mismo tiempo lo más rico en significado y motivación, ya que se convierten en acompañantes y en apoyo psicológico”. Una función clave, esta última, “que va mucho más allá de su papel oficial y que ha sido deconstruida con la pandemia”.

SONIA FENAZZI – swi

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